"Escribe acerca del color del cielo el día que ella murió"
El frío de la noche en la ciudad comenzaba a congelar mis huesos, cada escalofrío parecía electricidad recorriendo cada átomo de mi cuerpo mientras estaba sentado en el bordecillo donde a veces ella solía esperarme cuando salía de clases.
Encendí un cigarrillo y al soltar una bocanada miré al cielo: estaba todo oscuro y no me di cuenta el momento en que la tarde se esfumó. Miraba al infinito mientras encontraba pequeños destellos azules, las sobras de una mañana en la que dudaba si debía llamarla o no. Las nubes en el cielo tenían un color gris pálido que iba devorando el blanco a medida que anochecía, las estrellas estaban tan quietas, tan hermosas, brillantes y con ese destello celeste que tanto me recordaba a sus ojos; nunca le dije que intentaba buscar su mirada en cada estrella los días en que no podía verla.
El fuego del cigarrillo tomaba un último respiro, se prendió con mayor fuerza para luego morir en una estela de humo. Giré mi cabeza a la derecha en dirección a los edificios que se erguían enérgicamente como gigantes tumbas de concreto; a pesar que casi todos tenían las luces de sus pisos encendidas me provocaban una sensación de vacío, de que llevaran siglos deshabitados. Encima de ellos una luna completamente blanca y llena reinaba silenciosa en el cielo que cada vez palidecía, se volvía más negro; hace dos horas ella había muerto, lo se porque cuando salí de clases ella no estaba sentada afuera, lo se porque la llamé y contestó su madre intentando evitar un llanto amargo.
Nunca quise escuchar las circunstancias, no quería sentir su dolor, de aquel día olvidé todo lo que sucedió antes de recibir la noticia, olvidé el color que me dijo que tenía el cielo cuando despertó.
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